Creo que desde que nos embarcamos en el camino a un maratón debemos
partir siempre-siempre con un ritmo aproximado al que aspiramos a correr el maratón en la cabeza. Lo suficientemente
difuso y flexible como para ir dándole forma en los meses siguientes según cómo nos van
saliendo los entrenamientos, pero a la vez lo suficientemente ambicioso como
para motivarnos a tope en ellos.
Yo la verdad es que hasta 2 semanas antes del
maratón no tengo “cerrado” del todo el ritmo de carrera. Y para hacerlo me
suelo guiar por los ritmos de mis últimos entrenamientos, que para mí son más
decisivos que los anteriores (porque son más parecidos a lo que es el maratón), así que podríamos llamarlos tests. Son tests, pero no son
más que la última vuelta de tuerca a los entrenamientos que he venido haciendo
en los últimos meses.
No siempre entreno el maratón de la misma forma, porque no
siempre vengo del mismo sitio; puedo venir del monte, o de la pista, o de otro
maratón, con lo que a veces aprovecho la “velocidad” que he adquirido, otras
el fondo, etc. Pero como sí que voy al mismo sitio, la progresión de los entrenamientos me lleva a
hacer durante las últimas semanas el mismo tipo de entrenamiento, incluso casi siempre exactamente los mismos: 32-35 kilómetros en
progresión sobre 3’55 de media, 4x5000 o 3x7000 sobre 3’36-3’40 recuperando 1
km sobre 4’15, y 3x5000 o 2x7000 a 3’30-3’34 recuperando 3 minutos en parado. Con estos ritmos de arriba sé que estoy preparado para 2:32-2:35, aunque pocas veces llego a ese nivel, y después no siempre sale la carrera como quiero.
Son realmente duros, cuando llego a las últimas 4-5 semanas sólamente
hago 2 entrenamientos de este tipo y el resto de días ruedo más suave de lo
habitual centrándome en recuperar. Son mi piedra de toque, pero no considero
que sean tan importantes en el resultado final. Es más, hacerlos sin haber
seguido antes una progresión lógica hacia ellos probablemente me destruiría y
pondría en jaque mi salud en esos días previos a la carrera en los que tanto
machaque pasa tantas veces factura (y cuando he acortado los plazos a veces lo ha hecho). Por eso, si resulta que he tenido problemas en las semanas o meses anteriores y voy más atrasado, prefiero no llegar a hacerlos.
Al acabar el último a 12-14 días del maratón, me suelo
encontrar con dos ritmos de carrera en mente: uno el “optimista”, que me llega
más del corazón que de la cabeza, y otro el “segurola”, que lo inspira el
recuerdo del sufrimiento en pasadas maratones. Hasta ahora siempre me ha pasado
que el segurola acierta de pleno. Pero no desespero.