Siempre me ha parecido que lo ideal para un maratoniano
aficionado como yo, que siempre quiero rendir al mejor nivel posible y que a la
vez me gusta estar continuamente con el runrún de un nuevo maratón en el
horizonte (porque es la distancia que me gusta y me motiva más con mucha
diferencia), es preparar y disputar dos al año. No siempre lo he cumplido, pero
ahora que voy cumpliendo años y tengo que empezar a economizar (más) los
esfuerzos, me parece ya fundamental no pasar de ese número.
Además, cuando estoy entrenando para el maratón, me gusta
centrarme en eso y evitar las tentaciones de otras carreras (cuanto más
centrado estoy menos compito).
Y sin embargo, me encanta competir. Así que entre maratón y
maratón aprovecho para centrarme en otra cosa. En verano, después del maratón de
primavera, habitualmente carreras de montaña (no muy duras o técnicas, porque
soy muy torpe y lo que me gusta es correr) o a veces la temporada de pista de
verano. Mientras, en invierno después del maratón de otoño puede ser una media
maratón, alguna competición de pista, o -y a esto no fallo porque después del
maratón es lo que más me gusta- los crosses.
Cambio de tipos de entrenamiento, lo que siempre me viene
bien. Pero lo hago sobre todo
porque me apetece, me dan frescura mental sacándome del círculo
maratoniano, haciendo cosas distintas y metiéndome
ese gusanillo de competir, en el caso de los crosses, casi cada fin de semana
en invierno. Y vuelvo siempre al maratón habiendo entrenado aspectos que para mí son mi punto débil y a la vez cuando estoy con el maratón los descuido del todo. Y con ganas.